sábado, 30 de abril de 2011

Ejemplos de entrevista periodística

A continuación, les ofrecemos tres ejemplos de distintos tipos de entrevista periodística. La primera es una mezcla entre el relato y la pregunta - respuesta, la segunda es del tipo pregunta respuesta y la tercera es un relato. Las tres, por diversos motivos, son utilizadas en los medios de comunicación escritos.

Ejemplo 1
Este primer texto es —casualmente— de una de las mejores entrevistadoras del habla hispana, la uruguaya María Esther Gilio, aparecido en el suplemento Radar del diario Página 12 en enero de 2004.

El oído absoluto
 
Ex abogada de presos políticos, colaboradora estrella de clásicos de la prensa progre como Marcha, Crisis o Brecha, la uruguaya María Esther Gilio dedicó buena parte de su larga carrera periodística a una pasión eminentemente socrática: la pasión de hacer hablar a los otros. Sus diálogos con Juan Carlos Onetti y Aníbal Troilo –que sucumbieron a su escucha más de una vez– son los ejemplos más memorables del rigor, la curiosidad y el delicado encarnizamiento con que Gilio suele practicar su arte, pero no son los únicos. Gran parte de sus entrevistas accedieron a la recopilación y al libro: La guerrilla tupamara, Personas y personajes, Aníbal Troilo, Pichuco. Conversaciones, Construcción de la noche... Ahora, aprovechando la aparición de su última antología, Y sin embargo te quiero..., que reúne un jugoso elenco de conversaciones con protagonistas del tango, Gilio charló con Radar sobre los ardides del preguntar y contó cómo a su edad –secreto de Estado– sigue metiéndose en las villas miseria a preguntarle a la gente cómo ve al Frente Amplio.    
 
Por María Moreno
 
“Me casé con mi grabador”, decía Andy Warhol para definir el vínculo más carnal que tenía. Pero María Esther Gilio dice que en su caso no es para tanto, y que hasta perder el grabador con el casete adentro la hace recrear mejor los climas y los tonos de las confidencias que le hacen desde hace más de treinta años un puñado de celebridades y de anónimos, sin tener que sufrir el peso antiliterario de la información. Y sin embargo te quiero..., el libro que Gilio acaba de editar con Desde la gente, es un conjunto de entrevistas a protagonistas del tango. Uno de esos típicos autorreciclajes de los periodistas que caminan por la cornisa de la ficción.
 
“El tango a mí no me gustaba. Recuerdo el día en que mi amigo el Cholo me convenció de que si era socialista tenía que bailarlo, porque ‘el tango es lo que baila el pueblo’. Lo dejé tomar mi mano derecha y empezamos a dar vueltas. Era un tango donde había madres, puñaladas y cafiolos. Pasó mi abuelo, mordisqueando su pipa apagada, y dijo:
 
–Ma che tango schifoso.
 
–Es lo que baila el pueblo -dije yo.
 
–En Italia, la música que baila el pueblo habla de amor y de flores -dijo mi abuelo sin sacarse la pipa de la boca.”
 
Podría ser el comienzo de una autobiografía con tentaciones populares, pero es el prólogo del libro que –pretende ella– exigió mucha información previa.
 
–Number one: preparo mucho las entrevistas. Mucha gente me dice asombrada: pero ¿cómo sabías? Yo no sé. Investigo. Siempre digo que el periodismo tiene la superficie del océano y la profundidad del charco. Entonces, si voy a entrevistar a alguien que escribió sobre la división de la célula, trato de saber todo sobre eso. Number two: yo no desgrabo.
 
Agarro el grabador y escribo a medida que escucho. Cuando terminé de desgrabar terminé de escribir.
 
“¿Quién es el que habló ahora? Yo no conozco a nadie.
 
–Héctor Stampone.
 
¿El compositor?
 
–Sí.
 
Disculpe, ¿y usted?
 
–¿Quién yo?
 
Maffia.
 
–¿Mafia?
 
Me reí.
 
–¿De qué se ríe?
 
Pensaba en “A Pedro Mafia” tocado por Troilo y Grela.
 
–Sí, el mismo.
 
Usted me está tomando el pelo
 
–¡Me ve cara de tomarle el pelo?”

Que no me cargue esta rubia diciéndome que este diálogo lo sacó del método que describe. Y encima en la entrevista que le hace a Nelson Bayardo en Y sin embargo te quiero... hay que bancarse comprobar que Gardel nació en Tacuarembó, hijo de un milico y una menor, y que fue adoptado por Barthe Gardés a cambio de tres mil pesos. Charles Romuald Gardés era el hermanastro, hijo del mismo milico. Y llore, y llore, y llore París llore... Y Buenos Aires también.
 
Al final del reportaje a Virulazo, cuando vos le pedís que baile, él te dice: “Pero ¿usted sabe lo que está diciendo? Yo quiero como cualquiera divertirme un rato. ¿Y sabe en qué se transforma la diversión? En laburo. Imagínese que usted está charlando en una reunión y le dicen: ‘Anote todo lo que vamos publicar’ ¿Eh? ¿Qué me dice? Se quedó fría. Así me quedo yo”. Ese final debe haber aparecido en medio de la entrevista.
 
–Muy suspicaz de tu parte. Yo siempre sé cuándo me enfrento al final. Y muy a menudo lo pongo aparte y lo dejo ahí. Porque en el final real la entrevista va decayendo. El final verdadero no sirve, como no sirve como final en una compañía de revistas que alguien cante bajito y toque la guitarra. No: toda la compañía en escena. Y el final de una entrevista debe ser de toda la compañía en escena.
 
Pero hay algunos entrevistados que no te dan un final ni que los mates.
 
–¡Ay, sí! Hay gente que describe a la madre diciendo: “Era una buena vieja... era una vieja muy cariñosa”. Punto. Gente que no tiene anécdotas ni de tristeza ni de alegría de la relación con su madre, porque sus situaciones internas ya han sido rotuladas. Entonces tenés que ir despojando para que te queden unos núcleos que sirvan. A veces, en medio de un enorme follaje de ramas secas, encontrás una frutita y la dejás sola para que resalte. Si alguien está diciendo bla bla bla bla y le escuchás: “Y hay veces en que siento envidia”. Eso es lindo: “Siento envidia”. Y tú pones: “Habló largamente, quedó en silencio y de pronto dijo: ‘Hay veces en que siento envidia’”. Se valoriza, ¿no?
 
Investigás antes, y te creo, pero al mismo tiempo siempre lográs el efecto de una conversación casual.
 
–Es una técnica que tengo en la vida. No uso el archivo, pero lo tengo. Si le hablo a una persona que viene a hacer la limpieza a mi casa, trato de organizar la conversación de tal manera que se vaya dando cuenta de la corrección que yo le quiero hacer de alguna conducta suya. Porque yo entro bastante en relación con las empleadas. De pronto la empleada viene y dice que el hijo poco menos que le pegó, entonces yo armo el diálogo de tal manera que se dé cuenta de que ella no puede permitir que su hijo le pegue.
 
¿Cómo lo hacés?
 
–Te voy a poner otro ejemplo. Darío, mi ex marido, tiene una empleada a la que le pasó una cosa tremenda. Un día él me llama por teléfono y me dice: “Tú sabes que el hijo de Cristina hace muchos días que no la llama y no saben dónde está”. Era un hijo muy cariñoso, llamaba a la madre todos los días. Tenía a su mujer que estaba a punto de dar a luz y hacía diez días que no la llamaba. Yo ya sabía por algunos cuentos que era muy temperamental. Después me entero de que se había peleado con la mujer, se había ido a un bosque y se había pegado un tiro. Yo tuve un día desesperante. Llamo a mi marido no sé por qué y él me dice: “Acá está Cristina”. Entonces pienso rápidamente: “¿Qué le digo a alguien que perdió a su hijo hace una semana?”. Y le digo: “Cristina, ¿sabe qué me pasó anoche? Soñé que veía a su hijo y que me decía: ‘Dígale a mi madre que estoy bien, que no se preocupe’”. Y Cristina me preguntó: “¿Le dijo eso en un sueño?” –es una mujer simple–. “¿Y usted lo conocía?” “No, Cristina, yo no lo conocía”. “¿Y cómo lo vio?” Y yo, pensando en ella, que era muy morocha, le dije: “Lo vi de pelo negro, de lindos ojos, muy vivos” –mi hija me había dicho que era muy buen mozo–. “Así era él”, me dijo. “¿Así que le dijo eso? Ay”. Mi hija me dijo después: “Ay, mamá, cómo te gusta mentir”.
 
Yo creo que más bien fue una intervención.
 
–Fue buscar un consuelo donde podía estar. ¿Qué le iba a decir? “Cristina, hasta el día que se muera ese hijo va a estar presente en su vida. Y lo va a sufrir.” Eso era “decir la verdad”. Y Darío después me dijo: “¿Qué le dijiste a Cristina que quedó como serena?”.
 
Entonces María Esther Gilio se larga a llorar. No saca pañuelo, se seca los ojos con la mano y yergue la cabeza.
 
–¿Qué pensabas preguntarme?

Historias con chorros. El cronista es debilucho ante el mito del pueblo, y si se jacta de abrir a un hombre pobre como una flor en un poema deCummings, se siente más contento que sentado a la mesa de la reina Sofía. María Esther dice que puede entrar en un cantegril sola y despertar confianza aunque no la despierte en el futuro del país.
 
–Ahora estuve en uno de Montevideo para preguntar qué esperaban del Frente. Por empezar me encontré un montón de gente que no tenía ni credencial [documento]. Que me decía: “Pero para qué sirve la credencial, ni para encender la garrafa, sirve”. No creen en el Frente ni en nada. A veinticuatro entrevisté. Y sólo había dos que tenían cierta ilusión. Los demás, nada. Yo había ido con una amiga que se había quedado con el auto a dos cuadras, diciendo: “Yo ahí no entro ni que me paguen”. Entré sola. Era domingo, a las cinco de la tarde, y la gente estaba en la puerta de las casuchas, en medio de un olor horrible, porque no hay saneamiento ni pozos negros ni plata para hacerlos, entonces todos los desperdicios van por una especie de canaleta que pasa a un metro de las casas.
 
¿Cómo hacés el abordaje?
 
–Entro y digo estamos haciendo preguntas de cómo ven al Frente. “Bah, son todos iguales”, contestó la mayoría. Me encontré a una chica que venía caminando. Le pregunté. Me miró, me contorneó así y siguió. Le pregunté a otra que estaba por ahí mirando: “Che, ¿qué pasa? ¿Es sordomuda?” “No, es que no le gusta hablar, es una chica muy triste.” Todo así. Cuando terminé fui a buscar a mi amiga. Subo al auto y le digo: “¿Vos podés creer que no sé cómo se llama este asentamiento? Vamos a acercarnos de nuevo para preguntar”. Vemos venir a dos mormones –se los reconoce perfectamente– en un día de calor, con camisa y corbata y biblias en la mano. Como pasan de su lado, mi amiga les pregunta y tampoco saben. De mi lado, pasa un muchachito de 23 o 24 años que era evidentemente del cantegril. Entonces lo llamo, ya que la otra estaba con los mormones. Bajo la ventanilla y aprovecho para hacer una última entrevista: “Vení, contame un poco cómo ves el Frente”. “¿Cómo? ¿Gratis?” “Qué querés.” “Veinte pesos.” “Pero no puedo estar pagando a cada uno veinte pesos, porque entonces no puedo hacer la nota.” “Bueno, para tomar un vinito.” “Ta bien, contestame.” Contestó. “Bueno, te voy a dar los veinte pesos.” (Veinte pesos es muy poco: dos pesos argentinos.) Había contestado pavadas, pero insistía: “Esta tarde me tomo un vinito”. Seguía con su deseo. Entonces saco la cartera que tenía abajo. La abro. Tengo en la billetera dos billetes de cincuenta y dos de cien. Darle cincuenta era mucho. Busco y rebusco en la billetera. Y de pronto el tipo mete la mano y se la agarra. Se va rápido y de lejos me saluda con la mano. Y yo termino la nota diciendo que hizo lo que tenía que hacer. Se fue sin culpa, como yo también me hubiera ido sin culpa. Me gustó ese final. Porque la gente se pone enseguida en el lugar moral de la clase a la que pertenece. ¿Querés otro cuento de robo?
 
Dale.
 
–Fue en Montevideo. En Tres Cruces. El ladrón que me robó la cartera me dejó todo lo que necesitaba adentro: el documento argentino, el uruguayo, las llaves y el pasaje de vuelta. Un santo, el ladrón. Tiró la cartera al lado del ómnibus. Era mi cartera más grande, de pana, con la que yo viajo. Venía a pasar fin de año acá. Llegué a Buenos Aires sin un peso. Entré a una farmacia y pedí un teléfono. Me mandaron a un locutorio. Cuando llego al locutorio le digo a la chica: “Me robaron la cartera. Es un segundo. Tengo que llamar para que me esperen en la puerta de casa y me paguen el taxi”. Me dice: “Afuera tiene los teléfonos”. Yo estaba casi llorando. Ahí pensé: yo soy abogada, estoy acostumbrada a enfrentar situaciones de todo tipo. Y en este momento me siento totalmente golpeada no por la pérdida sino por la actitud de la gente. Porque ¿qué hace un pobre en este mundo? ¿Qué hace? Porque en ese momento yo fui un pobre por cinco minutos. Hasta que una chica me dio un peso. Entonces volví a entrar al locutorio. Hablé. No sé qué le dije a la chica que estaba en el mostrador pero me contestó: “Al fin y al cabo, su problema no es miproblema”. “Mi problema no es tu problema, pero la falta total de solidaridad es tuya. Porque tú sabes que yo no estoy mintiendo.”
 
¿Y si te roban el grabador?
 
–Me ha pasado. Luego de hacerle la tercera entrevista a Onetti, para lo que había ido especialmente a España, perdí el grabador y tres entrevistas grabadas. Tanto cuidaba esa bolsita con todo que la llevaba prácticamente encima. El avión bajó en Río y me puse a recorrer, siempre con la bolsita. Bajé en Montevideo, me fueron a buscar y me puse loca. Entonces se ve que puse la bolsita arriba de una silla y la perdí o me la robaron. A esa última entrevista la rehice y quedó lindísima, porque puse el foco en cosas que si hubiera tenido las cintas no lo hubiera puesto: el relato de la Nochebuena en la casa de Onetti, las mesas llenas de avellanas y pasas de uva y mis vueltas para que Onetti no se diera cuenta de que lo estaba grabando. Porque no quería que lo grabara. Hasta que en un momento me dijo: “¿Qué estás haciendo conmigo? Estás simulando que estás abriendo un paquete de cigarrillos y en realidad estás sacando una cinta porque me estás grabando, y hace rato que lo sé”. Imaginé que Onetti se levantaba y venía a comer con nosotros, pero después daba a entender que era un invento. Alguien me dijo: “Esa última entrevista es un cuento”.
 
Y es cierto: una especie de escena beckettiana en clave rioplatense donde la cama de un depresivo puede contener el mundo. María Esther Gilio entrevistó muchas veces a Onetti y también a Troilo, mostrando que la entrevista repetida instala una suerte de amistad provisoria donde los cambios de escenarios y de climas favorecen la huella literaria. El método de María Esther podría considerarse socrático: un punteo de preguntas como en sordina que someten al otro a la propia coherencia y que, si se trata de un enemigo, podrían hacer que éste se cave su propia tumba.
 
María Esther preguntó y preguntó en Personas y personajes (La Flor, 1974), Aníbal Toilo, Pichuco. Conversaciones (Perfil Libros, 1998) y Construcción de la noche (Planeta, 1993), hecho en colaboración con Carlos María Domínguez y con Onetti en el centro de la cama. Pero sobre todo es bicho de redacción: Brecha, Marcha, Crisis, Página/12 y –en general– en todas partes donde haya imprenta de un lado o del otro del Río de la Plata y un tono rojo atemperado, porque con los años dice que pasó del comunismo al socialismo y que hoy concede en hacer lo que se puede y no lo que se quiere.
 
Por qué los tupamaros son ñatos La Operación Pando implicaba seis objetivos: la comisaría, el Cuartel de Bomberos, la Central Telefónica y los bancos República, de Pan de Azúcar y de Pando, un pueblo bastante ambicioso con su título de ciudad. Pero los 49 tupamaros que intervinieron parecían tener la influencia estética del Instituto Di Tella de Buenos Aires. El “minuto” (argumento de lógica implacable con el que la tradición de la militancia ha hecho de la mentira explicativa, ante un representante del ejército o de la policía, un arte de la improvisación digno de Mosquito Sancineto) que tramaron para iniciar la operación fue la repatriación de un pariente que había muerto hacía años en Buenos Aires. Su amplia “familia”, que exigió el servicio de un furgón, cinco coches, seis choferes y un encargado de servicio, se disponía a enterrarlo en el cementerio de Soca.
 
–Yo tuve la suerte que otros periodistas no tuvieron: como era abogada de presos políticos, tuve acceso a muchos militantes y a la experiencia de tortura de los que cayeron. Porque yo solía sacar material de mis entrevistas como profesional. Hasta entonces siempre se había torturado a presos comunes, pero que se torturara a abogados, ingenieros, arquitectos de cierta notoriedad... Eso era la primera vez que salía a luz. En La guerrilla tupamara escribí sobre la toma de Pando. Trajes de viuda, smokings, coronas de flores, una sotana y una urna vacía formaron parte de la producción de un hecho que en las Actas Tupamaras está contado como si brotara de la pluma de Fontanarrosa. Porque el complejísimo despliegue de guerrilleros urbanos que se hacían señales en clave con pañuelos blancos se daba en el medio de un pueblo que lo que menos pensaba era en tenerles miedo, y trataba de acercárseles contra toda orden de ellos o de los otros, como si fueran las últimas estrellas de la farándula internacional (por algo en Alemania la compañía Citroën lanzaba un anuncio que decía: “Citroën, el auto que usan los Tupamaros”). Entonces pasaron cosas como de la Armada Brancaleone: cuatro compañeros se olvidaron los cargadores de las metralletas, así que el miedo que pretendieron meter en la comisaría podría haberles salido por la culata. Un auto “secuestrado” se disparó de pronto hacia Montevideo con las luces encendidas e imparable bocina. Un viejo se negó a entrar al Cuartel de Bomberos que estaba tomado y soltó una caja de la que salió una cotorra. En la comisaría un preso se guardó los alambres con que lo habían atado luego de una arenga y los exhibió durante años en su carnicería de Canelones. Un sargento de Bomberos al que apretaron mientras estaba meando se tomó su tiempo para terminar, sacudírsela y recién ahí, bostezando, levantó las manos. Pero La guerrilla tupamara de María Esther Gilio tiene un tono más misterioso y hasta de suspenso cinematográfico, sobre todo cuando describe a la militante que baja de un ómnibus con un pañuelo blanco en la cabeza, llevando en la cartera de todo menos rouge.
 
–Al libro lo empecé haciendo una pintura del Uruguay a través de entrevistas. A niños de colegio. A jóvenes de liceo que hacían huelga en el puente que va al Cerro. A jubilados. A empleados. Después conté la toma de Pando pero de manera muy novelada.
 
Vos participaste.
 
–Fui abogada de presos políticos, pero nunca estuve tan metida como para estar en Pando. Pero fui a interrogar a los de la funeraria. Estaban tan encantados de haber participado en esa especie de ópera que llegaron a creer que el entierro había sido de verdad. Mientras contaban cosas que no debían contar –en el caso de que tuvieran adelante a un representante de la ley–, describían: “Ellos venían llorando, pobres, con las flores”. “Bueno, pero no había ningún muerto”, les decía yo. “Ah, sí, es verdad. Bueno, estarían simulando.”
 
Habían entrado totalmente.
 
–Pero al mismo tiempo sabían que no era real. Era muy cómico. Conté la huida de Raúl Sendic en un auto de morondanga que para sacarlo hubo casi que levantarlo.
 
Conociste a Walsh.
 
–Él me premió el libro en 1970, cuando sacó el Premio de Casa de las Américas. Yo era entonces muy desordenada e ingenua. Recuerdo que él me dijo: “Tendrías que haber empezado con el secuestro de Dan Mitrione”. Y era así.

En la película Tupamaros de Heidi Specogna y Rainer Hoffman, las mellizas Lucía y María Elia Topolansky, militantes del MLN, se tientan mientras muestran las armas capturadas en el Tiro Suizo: eran armas de colección, que nunca sirvieron más que para poner de adorno sobre la chimenea y en ese momento parecían casi palos de piqueteros. “Eso sí, simbólicas son, porque nunca cayeron”, decía María Elia Topolansky, y seguía riéndose. Poco antes había explicado, manoseando la nariz de su hermana, cómo los tupamaros más conocidos se habían sometido a un cambio de aspecto, dejando sus narices en manos de compañeros médicos, la mayoría clínicos, infectólogos, nutricionistas. De todo menos cirujanos plásticos. Y eso explicaba las puntiagudas narices Topolansky y de Sendic, dándoles un aire de familia. –Tengo una entrevista a María Elia porque yo era abogada de su marido, Leonel Martínez Platero. Y en un momento ella se enamoró de otro y, sabiendo que yo era la abogada de su marido, me tocó timbre. Nadie se despertó: yo soy la única que tiene sueño liviano. Me levanté, bajé. Ella venía en bicicleta y me dio una carta para el marido donde le contaba lo que le estaba pasando. Entonces combiné con ella para hacer una entrevista en la casa de la madrina de mis hijos, que era una casa de ésas donde no había la menor posibilidad de que pasara nada. Esa entrevista no la publiqué porque no era interesante, aunque es interesante desde el punto de vista del feminismo. Me contó que varios tupamaros estaban reunidos en una chacra por los alrededores de Montevideo. Había menos mujeres que hombres, por supuesto. Y ella quería hablar y no había manera. No la dejaban. Entonces agarró un carbón y se pintó bigotes. Ahí se rieron y la dejaron hablar.
 
Y ahí encontraste la frutita.
 
Africa todavía Cómo no imaginarla persiguiendo a un guerrero masai con su grabador, viviendo en un rancho de tres paredes con los casetes ocultos bajo el mosquitero, colgado de una horqueta el traje de liencillo que la elegancia montevideana dicta para un verano a la orilla del río y el eco creciente de las llamadas de Carnaval, a tres metros de un cura misionero que le facilite el entre, porque después de todo la selva no es un cantegril. Metida en investigaciones menudas, fingiendo que detrás de la crónica chica no había motivos para la persecución política, María Esther Gilio no dejó de sufrir represalias, pero siempre las enfrentó con ese aire de asombro fingido de quien pretende ante un milico o un policía que jamás se desgajó de su clase social en la doble condición pecaminosa de socialista y periodista.
 
Nunca te pasaste del otro lado.
 
–¿De la ficción, decís? No. Pero estoy empezando a contar anécdotas de mi vida. Escribí en Página/12 de cuando la mujer de Costa Gavras llegó a Montevideo a buscar material para su marido –que entonces estaba planeando la película Estado de Sitio– y un amigo mío, del que después me enteré que estaba muy vinculado a los tupamaros y siempre tenía alguno escondido, no pudo recibirla en su casa. Entonces me preguntó a mí si yo podía recibirla. Michèle estuvo un mes y volvió a los ocho meses, y en ese segundo viaje la secuestraron. Y a partir de eso, no sé por qué, me dieron ganas de contar cosas. Me acuerdo que cuando vino la dictadura acá, en el ‘76, me vinieron a buscar a mi casa y a mí me dio miedo, a pesar de que aquí yo no hacía nada. Entonces mi famila se puso a jorobar y me fui a vivir a Brasil. En Brasil estuve dos años con mi hija menor, y en una de mis idas a Río para renovar el documento, me retuvieron.
 
El Plan Cóndor.
 
–Se ve. Me llevaron a una cárcel que creo estaba cerca del puerto. Había un escritorio con un gordo encantador y una celda. Desde la ventana veía pasar autos por una autopista. El gordo empezó tratándome muy secamente y con cara de malo. Y como me di cuenta de que estaba simulando, fingí desmoronarme. “Coitadinha, ¿vocé quer um pouco de água com azúcar?”, me dijo dulcemente. Durante la noche tuve un diálogo divino con una chica a la que habían llevado porque tenía seis cigarrillos de marihuana. Pero después llegó alguien de afuera. Yo le había pedido una almohada al gordo haciéndome la buenita. “Yo puedo dormir en el suelo, pero sin almohada es difícil. ¿No tendría una almohadita?” Y el gordo me trajo una. Entonces oí que la persona que había entrado le preguntaba al gordo quién le había dado la almohada a la presa. Y el gordo contestó con voz muy seria: “Ela é advogada”. “¿Y usted cómo sabe que es abogada?”, se ve que le preguntó el otro. “Porque ella lo dijo”, contestó el gordo. “Vaya y averigüe”, le habrán ordenado. Entonces vino el gordo, que a lo sumo sería cabo depolicía, y empezó a hacerme preguntas de derecho. Por ejemplo, ¿qué dice el artículo 325? Primero, los artículos no tienen el mismo número en el Código Penal brasileño que en el uruguayo. Segundo, nunca supe los artículos por los números. Así que los dos hicimos todo un teatro bárbaro. Entonces el gordo va a informar: “Ela é advogada mesmo”. En otra ocasión me encapucharon para llevarme a un lugar en la afueras de Río. Allí no me torturaron físicamente: me hicieron desnudar, me pusieron un mameluco y me tuvieron cerca de cuarenta horas interrogándome. Eso también lo he escrito.
 
¿Cómo se llama ese libro?
 
–No tiene nombre. ¿Se te ocurre alguno?
 
Al cabo de dos horas de grabación, María Esther Gilio ha dicho lo que quería decir, menos por control de su personaje que por desplegar el ramillete anecdótico de las seductoras profesionales que eligen el bajo perfil y, a la manera de Macedonio Fernández, pretenden que el interesante es el otro. Pero de pronto, coqueta, amenazó con una confidencia.
 
–Aunque como entrevistadora sepa del entrevistado las cosas más secretas –las que lo pintan mejor, pero que él no dice porque no quiere o porque piensa que decirlas es mostrar algo que no debe mostrarse: las mejores cosas son las que están escondidas–, yo no las escribo. Y ese deseo que tiene el entrevistado de no exponerse lo siento yo también cuando, como ahora, paso de entrevistadora a entrevistada. Entonces después me digo: “Por favor, ojalá que no haya dicho disparates”. Por ejemplo, te digo una y no la vayas a poner. Si me preguntás cómo me gustan los hombres, te digo que me gustan más jóvenes que yo. Pero prefiero no decirlo.
 
Pero yo lo voy a poner. No me pidas que no ponga las cosas que vos pondrías. Sé generosa. ¿Vos aceptás cuando te piden que no pongas algo?
 
–En general, sí. O insisto, como me insististe vos. Vos me convenciste. Ahora, si voy a entrevistar a Menem, que se cuide. Me gustan los hombres que no son de mi edad, porque si son de mi edad son muy viejos. Primero: estuve casada muchos años. Cuando me divorcié –no te voy a decir cuándo porque me sacás la edad–, lo hice por razones políticas. Mi marido había sido comunista y los que fueron comunistas, cuando salen del comunismo, se van para otro lado. Entonces empezamos a discutir y a discutir, porque yo adhería a una izquierda más radical. (Ahora estoy más tranquila.) Una de mis historias fue con un tipo tanto más joven que yo, que yo misma le decía: “Vos tenés que buscarte una mujer, casarte y tener hijos”. Y hoy nos queremos muchísimo y somos muy amigos. Si salís con un tipo que es menor tiene que adorarte; si no, no sirve. A los tipos que me pueden gustar a mí les gustan las mujeres de cuarenta o de treinta.
 
O de veinte.
 
–A lo mejor. Y los tipos que todavía no son eternos de viejos y que a mí me podrían corresponder y están con polenta para hacer cosas, ésos también buscan a las de treinta o cuarenta. Los amigos de mi edad me dicen una cosa que es bastante atendible: que no pueden hacer el amor sino con mujeres muy jóvenes. No pueden, físicamente. Entonces, pobres, hay que dejarlos.
 
Nunca lo había pensado desde ese punto de vista.
 
–Al amor renuncié. De a poco. A raíz de algo que empezó a ser y quedó ahí. Debo haber tenido inseguridades. Pero no lo extraño, porque tengo llena la vida con mis nietos, el trabajo y los proyectos.
 
Y entonces hace la abuelita y se describe en una terraza llena de plantas y enumera edades y nombres de sus cuatro nietos nacidos de Isabel y Carmiña Queigeiro, sus hijas.
 
–La nena es terrible. Un día me dice: “Abuela, ¿por qué te agarraste del auto cuando bajaste?” “Bueno, Julia, yo soy viejita y no tengo tanta fuerza en las piernas”. “No te agarres más.” El varón, en cambio, meavisa: “Abuela, tenés un granito acá. Pero mirá que es un granito lindo”. ¡Pero ella! El otro día le decía a una chica más grande: “Mi abuela es famosa”. “¿Y famosa por qué?”, le preguntó la otra. “Ah, no sé”, dijo misteriosa.
 
¿Qué te queda en el tintero, o en el grabador?
 
–Africa negra. Monseñor Puigjané me contó de un cura que está ahí perdido en un pueblito. Nunca dejo de decirme: “Qué lástima que no fui antropóloga”. Pero cuando era chica no se usaba. Quiero ir a Africa, pero mi familia me sigue jorobando. Porque yo tuve un episodio de asma muy grave en San Pablo. Era una noche de Navidad. Habíamos estado cenando, mirando televisión y comiendo chocolates. Y entonces me vino el ataque. Después seguro que se me fue la mano con el ventolín. Porque no recuerdo casi nada. Me llevaron corriendo en un auto que no respetaba las luces rojas. Me internaron en el Einstein, un hospital judío de primerísima línea. Ahí no más, en la puerta, empezaron a reanimarme. Una médica japonesa le dijo a la amiga que me acompañaba: “Si demoraban cinco minutos más, se moría”. Pero nunca más me pasó, y nunca me había pasado. Entonces: Africa. Además si me vuelve a pasar, no es una manera tan mala de morirse, ¿no es cierto?
 
REPORTAJE EXCLUSIVO: ALFREDO YABRAN HABLA DE NEGOCIOS Y POLITICA

"Poderoso es el que logra una ventaja"


Es el empresario más polémico · Cavallo lo acusó de ser jefe de las mafias · Y se lo vinculó con el asesinato de José Luis Cabezas · Por primera vez, Yabrán da un reportaje sin condiciones
 
DUEÑO DE CASA. Yabrán, en la puerta de su mansión, en Martínez. Allí habló durante más de tres horas con Clarín.

Carta con dedicatoria Ni parientes, ni amigos La plata dulce y la represión ilegal Los regalos que más quiere Un hombre que quiere resultar simpático Esposa y tres hijos Los incidentes con la prensa
 
¿Hasta qué punto influye el asesinato de José Luis Cabezas para que usted acepte este reportaje? ¿Por qué no lo hizo durante los casi dos años que Cavallo lleva acusándolo de mafioso?
 
- Yo salgo por el crimen de Cabezas. No tengan dudas porque realmente es una cosa conmocionante que a uno lo estremece. El crimen de Cabezas y todo lo que se habla del crimen de Cabezas excede los límites de lo que uno puede tolerar. Pero además, yo nunca dejé de contestarle a Cavallo. Hice solicitadas. Por ahí no es el tipo de respuesta que se esperaba pero.durante todo ese tiempo yo di respuestas siempre. Y que de alguna manera Cavallo pretenda vincularme con todo esto de Cabezas me pone muy mal. Nosotros estábamos en Pinamar y se nos acabaron las vacaciones. No fue un hecho común. Mi familia vive angustiada. Me pone tan mal que tengo mucha bronca. Y todo esto es fruto de la manipulación de este señor Cavallo, que si continúa es un peligro para la sociedad, ya no para mí. Mañana lo pone a usted entre ceja y ceja y sonó.
 
- Pero no es Cavallo quien lo involucra en el crimen de Cabezas, hay una investigación policial que sigue pistas que incluyen a custodios suyos.
 
- Todo el personal mío, desde el primer día del crimen de Cabezas, estuvo a disposición de los investigadores, y cuando ellos quisieron los llamaron, nadie se negó a ir. Ahora también inventaron que soy el dueño de cuatro empresas de seguridad. Es absolutamente falso. ¿Cómo hacer para que la sociedad se de cuenta dé ese mal?
 
- ¿Usted cree que podrá mejorar su imagen ante la opinión pública con entrevistas como esta?
 
- Sinceramente creo que yo cometí muchísimos errores porque no estoy preparado para esto. Yo soy un empresario laburante, no tengo la organización que me dice sentate bien, decí esto o decí aquello. Y realmente yo no entendí que me tenía que comunicar con los medios. Eso hizo que de alguna manera suene a que yo soy misterioso. Pero no es así. A mí me costó muchísimo dar esta entrevista, porque me parece ridículo tenerle que declamar a usted que soy honesto, decirle: mire que yo soy bueno.
 
- ¿Entonces habrá que pensar en alguna conspiración en su contra?
 
- A mí me atacan por ser un capital nacional insolente. No participo con empresas extranjeras que han venido a ofrecerme una participación o una protección en el negocio del Correo.
 
-Justamente, el negocio del Correo le valió los mayores cuestionamientos...
 
- Lo que pasa es que yo vi, antes que nadie, que era necesario darle un buen servicio al usuario del Correo. Estudié cómo dar una respuesta. Así comienza a crecer OCASA, mi empresa. No empieza a crecer como por ahí han dicho. Yo no era, como dicen, el nene malo que le cortaba los dedos al cartero que iba a entregar una carta. No. Yo la entregaba mejor. Y entonces viene el momento de la privatización, ¿y qué hacen las empresas extranjeras, qué es lo que han hecho en todas las privatizaciones?. Dicen venga señor, la parte importante de la privatización queda a cargo de alguna gran empresa extranjera, y lo que queda es para su empresa. Yo podría haberme dejado convencer, como más de uno de los empresarios argentinos que participan en las privatizaciones me trataron de convencer. Cavallo siempre utiliza empresarios para presionar.
 
-¿Quiénes son esos empresarios a los que se refiere?
 
-Quiere que le dé nombres... ¿Los va a poner?... Le doy dos nombres. El doctor Fontán Balestra, que era mi abogado personal, me decía no te conviene, yo creía que me estaba aconsejando por mi bien y hoy lo defiende a Grisanti, el interventor del Correo que puso Cavallo. Y también me habló Santiago Soldati, creo que lo hizo con la mejor buena voluntad. Pero yo me decidí a ser un profesional de la distribución de documentación. No sé si lo soy, pero que me creo el mejor, seguro. Y no iba a resignar lo que correspondía.
 
- La distribución de correspondencia tiene fama de ser un trabajo para gente dura...
 
- Le voy a explicar por qué. Las empresas de servicio no tienen control de calidad previo. ¿Cómo yo le controlo a usted que le hago un buen servicio? Yo mando un cartero, y el cartero puede poner la carta en la cloaca de la esquina. ¿Cómo resuelvo esto?: con un sistema de control operativo.
 
-¿Cuándo fundó su primera empresa?
 
-Yo era empleado de Borroughs, me especialicé en venta de sistemas y computación y era un vendedor exitoso. Cuando me fui de Borroughs, porque no podían aceptar que con mis comisiones por las ventas ganase más que un gerente, me dieron 50 mil o algo más de dólares. Fue más o menos en 1965. De ahí formo una empresa chica, una compañía que comienza a traer computadores usados de los Estados Unidos y los vende aquí, y además da el mantenimiento. Eramos cuatro socios, muy jóvenes. Todo anduvo bien mientras hubo que poner mucho esfuerzo, el problema fue cuando empezaron a distribuirse las cosas. Ahí empezamos con las discusiones clásicas.
 
-¿Cómo se llamaba la empresa?
 
-SAMSE. Servicios Administrativos Mecanizados y Services.
 
-¿Cómo le fue luego a sus tres socios?
 
-Juro que no hay ninguno muerto (se ríe)... No sé. A alguno de ellos les ha ido bien. Otros me pidieron trabajo y no se lo di. Es muy difícil con una persona que fue socio de uno. Si lo traigo cerca mío va a creer que lo estoy denigrando, ¿no?
 
-Usted dijo que "no era el nene malo que le cortaba los dedos al cartero", ahora dice que ninguno de sus primeros socios está muerto. Se ve que se hace cargo de su fama de resolver conflictos de manera violenta...
 
- No me hago cargo.
 
- Pero al menos toma nota de esa fama...
 
- Sí, por supuesto. Yo vivo en este país. Si usted quiere, agarro y le digo: no me diga mafioso... Pero fíjese que Cavallo habla de algunos atentados que han sufrido algunas empresas de correo o funcionarios o lo que fuera, acusándome a mí... ¿Sabe cuántos atentados tiene OCASA por mes?: 100, 120 atentados por mes. Desde atentados con hechos de sangre hasta entregas, manoteos. Y solo podemos descubrirlos nosotros porque no hay una organización de prevención que pueda ocuparse.
 
-Suena raro: robos de carta que terminan en hechos de sangre...
 
- Usted descubre que un empleado vende una bolsa por equis cantidad de plata. ¿Cómo lo controla?: siguiéndole los pasos.
 
- O sea que necesita personal de inteligencia...
 
- No. Personal de inteligencia no. Se necesita gente que conozca el negocio. Gente experimentada que además sabe descubrir cómo viene la mano.
 
- ¿Por qué razón se roban las bolsas de correo?
 
- OCASA es una empresa que lleva documentación importante. Hay bolsas de OCASA que un empleado infiel las venden en 3 mil pesos. Un cartero gana mil pesos o algo más... Una bolsa lleva tarjetas de crédito, cheques, hacemos la distribución de los recibos de los jubilados italianos. No llevan dinero, pero es plata.
 
- Hablando de plata, ¿cuál es su fortuna?
 
- No se lo puedo decir, ¿qué quiere, que me rapten? Pero le puedo decir que el año pasado pagué de impuesto al patrimonio casi dos millones de pesos. Y OCASA pagó 40 millones. No evado impuestos.
 
- Ya sabemos que es rico, ¿también es poderoso?
 
- Yo no soy poderoso, esa es otra de las manipulaciones de Cavallo. Soy un hombre exitoso, no poderoso.
 
- ¿Qué es el poder?
 
- El poder es tener impunidad. Ser poderoso es ser un impune, un hombre al que no le llega nada.
 
- Es una concepción curiosa la que usted tiene sobre el poder, vinculándolo a la impunidad.
 
- Mire, yo no me siento ni siquiera importante. Me vapulea el Congreso, me vapulea la Justicia, porque si me tienen que citar me citan. En el crimen de Cabezas, hasta mi casero fue a declarar y era lógico que lo hiciera. No hubo excepciones, no hubo trato preferencial. Yo no me siento bien tratado.
 
- No hablamos de cómo lo tratan sino de si tiene poder o no.
 
- Para mí, un poderoso es el que consigue o tiene la posibilidad de conseguir una ventaja. Según Cavallo a mí me defienden en el Gobierno. Vayan a ver el decreto de desregulación del Correo que firmaron Cavallo y Menem y vean dónde me defienden. Dicen que esta Ley de Correos es a medida de Yabrán. Yo le digo que ninguna ley de correos que quieran hacer, bien ordenada en la Justicia y exigiendo los requisitos que tienen que exigir, va a poder dejarme afuera. No será un traje a medida, pero al menos va a ser un traje de confección, porque nosotros cumplimos con todo lo que se puede pedir. Ahora están diciendo que hay una cláusula anti Yabrán en la privatizacion del Correo. Si fuera cierto me dan derecho a un reclamo porque a mí no me pueden excluir de esta sociedad. No hay derecho.
 
-Usted sabe que uno es lo que es, y también lo que los demás creen que es. Y un gran porcentaje de la dirigencia política está convencida, y así lo dice, de que usted es un hombre con poder.
 
- Yo les digo que no me siento un hombre con poder. Yo trabajo todos los días, termino acá con ustedes y me voy a trabajar. No es que me quedo a hacer relax. A mí no me regalan nada, peleo por todo lo que tengo que pelear, y si tengo que pelearme con Cavallo lo hago, y si tengo que pelearme con Bauzá también me peleo.
 
- ¿El Gobierno lo escucha cuando usted reclama?
 
- El Gobierno escucha a todos. Todas las privatizaciones obligan a que los funcionarios deban escuchar a los interesados. ¿Cómo me van a expropiar la casa a mí y no me van decir cuánto me van a pagar? Si a mí me ponen una cláusula anti- Yabrán en el decreto sobre Correos, yo me tengo que defender.
 
- ¿Con qué funcionarios se vio para defender su posición, de este y del gobierno anterior?
 
- En el gobierno pasado era diferente porque no había privatizaciones y no había tanto diálogo con los empresarios, como sucede ahora. En el gobierno anterior hablábamos con muy poca gente.
 
- ¿Hablaban con Enrique Nosiglia?
 
- No, con Nosiglia no. Hablábamos con los directores del Correo en ese momento. No había necesidad de hablar con funcionarios más altos.
 
- ¿Y de este gobierno?
 
- De este gobierno he visto a Erman González cuando era ministro de Economía. Vi al descubridor del virus del sida para la imagen pública, que es Domingo Cavallo. Me he encontrado con el doctor Bauzá, con Corach cuando era secretario legal y técnico.
 
- ¿Con el presidente Menem?
 
- No tengo trato frecuente con él. Sí lo he visto en distintos despachos cuando él va y saluda, nos hemos dado la mano y demás.
 
- ¿Nunca se reunió a solas con Menem?
 
- No.
 
- ¿No lo conoce desde antes de ser presidente?
 
- No. Además, le digo una una cosa: no lo voté.
 
- ¿Y a quién votó?
 
- No, no lo quiero decir.
 
- ¿No lo votó en el 89 o en el 95?
 
- No lo voté en el 89.
 
- O sea que en el 95 sí lo votó.
 
- Sí señor. ¿Sabe por qué lo voté? Porque ha hecho una reforma importante. Pero no quiero hablar de política.
 
- ¿A Menem llegó a través de Diego Ibáñez?
 
- Sí, Diego Ibáñez era un gran amigo mío, como Chacho Jaroslavsky, que también es un gran amigo, al que también me lo presentó Diego.
 
- ¿No conoció también a Mario Caserta durante la campaña presidencial de Menem en 1989?
 
- No lo conozco a Mario Caserta.
 
- ¿Qué otros amigos tiene en la política?
 
- No recuerdo.
 
- ¿A Jaroslavsky lo conoció en la época en que el radicalismo era gobierno?
 
- Yo supongo que lo conocí en la época en que era diputado. Porque nosotros, seguramente, fuimos a hablar al Congreso varias veces.
 
- ¿Su familia y la familia Menem no se conocían desde hace tiempo?
 
- No. Yo he estado con Bauzá varias veces, con Eduardo Menem, y he hablado con el Presidente frases cortas.
 
- Jaroslavsky dijo en una ocasión que usted puso dinero para la campaña presidencial de Horacio Massaccesi, cuando fue candidato radical.
 
- Yo no ayudé a Massaccesi, ayudé a Jaroslavsky, que es diferente. Si usted es amigo mío y viene a pedirme un favor, yo a usted el favor se lo voy a hacer. A los políticos no; no participo en ninguna campaña.
 
- ¿Nunca hizo aportes para campañas electorales?
 
- Nunca hice aportes.
 
- Pero Jaroslavsky dice que usaron el dinero que usted aportó para la campaña de Massaccesi.
 
- Eso yo no lo puedo determinar. Si Jaroslavsky viene y me dice danos una mano...
 
- ¿Y nunca vino nadie vinculado con Menem para pedirle una mano?
 
- No. Lo que sucede es que Jaroslavsky vino a hablar conmigo como un amigo, no como un político. Ya éramos muy amigos, ¿quién le puede negar al Chacho algo si es más bueno que la leche?
 
- ¿Al ministro de Justicia, Elías Jassan, lo conoce?
 
- Sí, lo conozco, me había olvidado de decirlo. El estuvo en la subsecretaría Legal y Técnica con Jorge Maiorano, ahí lo conocí.
 
- ¿Y cuando llegó al Ministerio de Justicia, en 1992, lo siguió conociendo?
 
- No, no lo seguí conociendo, pero lo llamé para felicitarlo.
 
- ¿Sabe que en Tribunales se relaciona a algunos jueces con used y se los llama "los amarillos", por el color de las camionetas de OCASA?
 
- Está bien (se ríe), las pintamos de otro color si quiere...
 
- Así lo dicen los propios jueces.
 
- Yo no sé por qué lo dicen. No tengo ninguna causa judicial, a pesar de que Cavallo de pronto haya dicho que "si hay justicia, Yabrán va preso". Por lo que yo sé, si hay justicia, para ir preso primero tiene que haber un proceso. Pero fíjese que al final esto es como una película americana de gangsters, donde yo soy Al Capone y todo lo que pasa es culpa mía. Y todos los que lo van a investigar a Cavallo resulta que están pagados por mí. Por eso hablan de los jueces amarillos seguramente. ¿Qué necesidad tengo yo de tener jueces? Si usted me dijera que yo tengo treinta causas, bueno... Pero no hay ninguna causa en mi contra, ni en contra de las empresas que son mías, ni de las que Cavallo dice que son mías.
 
- ¿Cómo se define usted políticamente?
 
-Yo no tengo una orientación política. Ninguna persona de servicio tiene vocación política ni pelo largo ni barba ni bigote... (se ríe).
 
- Como Passarella.
 
-Ahí está, si me tuviera que definir podría ser del partido de Passarella.
 
- María Julia Alsogaray dijo que lo vio en una ocasión.
 
- No, si hubiera pedido venir a verme la habría visto. No digo que no la vaya a ver, pero no recuerdo por lo menos.
 
- ¿Usted tiene miedo de que hablar de política lo perjudique en los negocios?
 
- Por supuesto.
 
- ¿Cuándo se vio por última vez con Menem?
 
- No lo sé, ¿cuánto hace que Bauzá no es ministro coordinador?
 
- Un año.
 
- Entonces, debe ser desde hace algún tiempo antes de estar conflictuados con Cavallo por el tema del Correo. No le puedo precisar la fecha. Yo nunca he cenado con Bauzá, lo conozco y tengo buen trato, pero un trato de ir a su despacho y decir mire, esto así no va, como iría ahora si el decreto del Correo sale con una cláusula que dice Yabrán no.
 
- ¿Por qué Menem viaja en sus aviones?
 
- Si yo le digo a usted que el Presidente usa las mejores empresas de taxis aéreos que hay, y me elige a mí, que con Lanolec soy parte de esas buenas empresas, yo me siento orgulloso. A mí me da jerarquía. Pero el Presidente con nosotros no hizo más de dos o tres viajes.
 
- ¿Tiene periodistas amigos, alguna vez ayudó económicamente a un periodista?
 
- En general yo no tengo tiempo para dedicarme a hacer las cosas que no tienen que ver con la empresa. Por ejemplo, una vez fui a hablar con Neustadt al Hospital Alemán, pasé y él estaba afuera, un amigo lo saludó y yo lo saludé. Pero de ahí a que yo agarre y vaya a verlo es difícil. Por supuesto, que hace poco tiempo Neustadt me invitó a un programa y yo fui a su oficina a explicarle por qué no iba.
 
-¿Cuál fue la mejor época para sus negocios?
 
-Yo le diría que todas las épocas fueron buenas, en todas fuimos creciendo, salvo la de Cavallo. Hay golpes que nos dolieron muchísimo, como perder la distribución de correspondencia de las grandes instituciones del Estado. Es muy duro. Mire, cuando yo hablé con Cavallo en su despacho y en una cena que trascendió públicamente, más que un ministro él era un gestor encubierto.
 
- ¿Gestor de quién?
 
- No me pregunte eso, averígüelo usted. La pelea se dio a partir de 1995, cuando le dije que no a su propuesta de privatización del Correo y, a partir de ahí, según él, me convertí en un mafioso. Recién ahí descubrió todo. El me dijo entonces que el Correo se lo vamos a dar a empresas extranjeras que ya están seleccionadas y cuente con el apoyo nuestro para aglutinar todas las empresas locales, ya que usted es dueño de casi todo apodérese de todo; utilíceme si quiere, y acordamos una competencia entre los dos correos, me dijo. Y eso es lo que él intentó, por distintos medios. Pero yo no quiero debatir con él, porque para tener autoridad para debatir conmigo lo que tiene que hacer es responderle al pueblo por toda la desocupación que hay. Y además, dejar de esquivar a la Justicia. ¿Por qué recusa a todos los jueces? ¿Cuando se le acaben las recusaciones y algún juez le falle en contra qué va a hacer? Le voy a explicar: la diferencia es que si puede, antes, él va a tener fueros como diputado. Cavallo sabe que el poder se incrementa con más poder. Hace cinco años que está anunciando: Yabrán, macho, estás muerto porque te tenemos descubierto. Yo nunca me postulé políticamente para tener ningún fuero, nunca me fui del país y veraneo en el país todos los años.
Invertí en el país, le di trabajo a la gente. Si yo realmente tuviera la cola sucia, hablando mal y pronto... ¿haría esto? No, junto la plata y me voy.
 
- ¿Cómo definiría a Menem?
 
-Como al presidente de los argentinos al que yo voté porque es un gran transformador.
 
- ¿Y a Raúl Alfonsín?
 
- Alfonsín es el líder de la democracia. El luchó mucho por mantener las instituciones, pero el gran cambio lo hizo Menem.
 
- ¿Y quién cree que va seguir esa transformación? ¿De la Rúa, Duhalde...?
 
- Mire, yo a partir de Cavallo y su aparato de manipulación pública que tanto me preocupa, aprendí a no hacer futurología. Aprendí a trabajar con optimismo por el país, y el presidente que venga, que establezca las reglas y nosotros tenemos que trabajar. El que va a venir, de todas maneras, ya tiene un gran trecho hecho y solo hay que empujar para que lo termine.
 
- ¿De la Rúa fue abogado de sus empresas?
 
- No.
 
- Pero lo conoce.
 
- Supongo que en el Senado lo debo haber visto, pero no tengo trato permanente.
 
- ¿Hubo una gestión de Emir Yoma el año pasado, para que finalizara el conflicto entre usted y Cavallo?
 
- Eso no se lo puedo contestar.
 
- ¿Forma parte de la Unión Industrial Argentina o de alguna de las otras organizaciones empresariales?
 
- No.
 
- ¿Por qué?
 
- Porque no soy poderoso en el mercado. Mi poderío lo fabricó Cavallo.
 
- A usted se lo puede catalogar perfectamente como un empresario poderoso, conocido en el mercado.
 
-Usted juzgue lo que quiera, pero me preguntan por qué no me invitan a esas organizaciones y yo les digo que es porque no soy poderoso, porque si fuera poderoso me hubieran invitado.
 
-¿Y qué significa eso?
 
-Y, que no me tienen en cuenta, ¿qué quiere que le haga? Será que Cavallo dijo con el dedo: usted no. Usted pregunta por qué no estoy, y yo digo porque no me invitan. Y yo donde no me invitan no voy.
 
- ¿Cavallo le va ganando esta guerra?
 
- Sí, lejos...
 
- ¿Y qué va a hacer?
 
- No, hacer no voy a hacer nada... Lo que sí, no me quedo más callado, eso seguro. Pero yo no voy a entrar en la polémica, porque él hace de la polémica y de la sospecha todo un juego. Si usted me dice "¿le gustan las fotos?". No. "¿Se siente cómodo cuando le hacen fotos?". Creo que usted se da cuenta de que no me siento cómodo. No soy un tipo al que le gusta eso. Pero de ahí que sea un criminal, yo creo que hay una diferencia muy grande.
 
- Usted hace casi treinta años que es empresario en este país, ¿cree que hay mucha corrupción?
 
- Prefiero no opinar. Pero en todos los países hay corruptos y no corruptos. Este no es un oasis, pero tampoco es como dice Cavallo.
 
- ¿No quiere hablar de este tema?
 
- Yo les voy a dar todas las respuestas que ustedes quieran. Pero además me preocupa que la sociedad se ocupe de Cavallo, de este bicho. Que ha montado un aparato de manipulación de la opinión pública muy peligroso, donde hay periodismo, hay políticos que tratan de hacerle ver a la gente lo que no es. Ojo, que ese aparato es más poderoso que la represión y puede histeriquear a todo el país.
 
- ¿Usted sueña con Cavallo?
 
- Y... sí, a veces me voy a dormir y escucho la voz de él...
 
- ¿Qué haría si Cavallo fuera elegido presidente?
 
- Me voy del país. Vendo todo. No sé. Yo me puedo ir, pero muchos otros no van a tener más remedio que quedarse... La verdad, es una hipótesis que no tengo prevista porque sería terrible para el país.
 
- ¿Y sería bueno para el país que Menem siga siendo presidente?
 
- No voy a responder esa pregunta.
 
Un escritor en las sombras
 
UN ENCUENTRO EN UN HOTEL DE LONDRES. UNA VISITA A UNA MUESTRA DE CARTIER-BRESSON. UNA COMIDA EN UN RESTAURANTE DE MODA. Y UNA INCESANTE CHARLA ENTRE EL GRAN NARRADOR Y EL ENSAYISTA Y PERIODISTA FRANCES.

BERNARD-HENRI LEVY
 
Los dos guardaespaldas se quedaron en el vestíbulo, en el segundo piso de este hotel del centro de Londres donde Scotland Yard, como siempre, fijó nuestro encuentro. No tuve el placer, antes de su llegada, del procedimiento habitual: intercepción discreta de mis llamadas telefónicas, registro de la habitación. ¿Señal de que la vigilancia se relaja? ¿Y la presión? Sí y no. No se confíe. Los iraníes, si supieran cómo matarme, me matarían. ¿Sabe que detuvieron, en pocos años, a una treintena de falsos diplomáticos ligados a la fatwa y que acaban de... Se detiene. De golpe, la mirada desarmada. Algo de desconfianza, pero también de fragilidad, en la sonrisa. Pienso en lo que me enteré, esa mañana misma, de boca de un responsable de la policía: que acaban de detener y expulsar a tres presuntos asesinos; que su contacto con la Interpol, más espaciado desde hace un año, se volvió semanal; en síntesis, que el tiempo pasa pero que él sigue siendo el mismo condenado, terriblemente acorralado, perseguido sin tregua, por unas páginas de un libro magnífico publicado hace nueve años.Hay algo que, tal vez, cambió, prosigue, hundido en su sillón, con las manos enfundadas, como si tuviera frío, en los bolsillos de su saco de tweed, luego en el chaleco de lana, abotonado hasta abajo, que le da un aire de médico de visita. Tengo como un sexto sentido, ahora, que me permite saber, a cada instante, instintivamente, lo que puedo hacer y lo que no puedo hacer. Pienso constantemente en eso. No hay un segundo de mi vida en que no sienta la amenaza presente en el espíritu. Pero tengo una percepción automática de qué está bien y qué no. Y luego escribo. Estoy en esta nueva novela. Y cuando estoy escribiendo una novela, la vida tiene otro sabor. ¿Qué quiere beber? ¿Un té? ¿Por qué no pide un poco de café? Nuevamente el rostro luminoso. Una mueca cómplice, al evocar la novela en curso. Nunca dejó de repetirlo: se lo condenó a muerte para prohibirle que escribiera; escribir es, en consecuencia, la única manera de resistir a la muerte anunciada.¿Sabe qué fue lo que más me hizo sufrir en el momento de la fatwa? Que la gente no parecía comprender qué significaba escribir un libro. Tendría que haber sabido los riesgos que corría, decían. O bien: Estos Versos eran una provocación, para ofender a los musulmanes. Inútil decirles que la idea misma de escribir un libro para ofender a los musulmanes jamás atravesó mi espíritu: si quiero insultar a alguien lo hago en dos frases, ¿por qué iba a invertir, para eso, cinco años de mi vida y un cuarto de millón de palabras?.¿Alguna vez dudó, él también? ¿Se desesperó? ¿Nunca lamentó, por ejemplo, la publicación de los Versos? La mirada sombría, una vez más. Un meneo de cabeza que quiere decir: No hablemos más de eso, es historia antigua. Es su aire de hace ocho años, en nuestro primer encuentro, en Helsinki, en épocas en que Francois Mitterrand y Roland Dumas le negaban su visa de entrada a Francia -desterrado, apestado, casi culpable de existir. Lamentar el libro, no. Pero dudar de mi profesión, dudar de que todo esto tenga sentido, sí, tal vez. Póngase en mi lugar. Por primera vez en la vida, me dije: Si éste es mi salario, si esto es lo que recibo por haber hecho una obra de arte, ¿entonces para qué? Mejor hacer otra cosa, no importa qué, pero basta de literatura. Esta barba color plomo, bajo la luz tenue de la lámpara... Este rostro de Cristo bizantino... Los célebres ojos en medialuna, que le dan una mirada misteriosa... Hombre de la sombra. Condenado a la sombra y al secreto. Es la persona en el mundo que tal vez conoce mejor el universo de la clandestinidad. Podría, si quisiera, escribir novelas policiales, crear un grupo terrorista o una red de espías, fomentar una conspiración. ¿Qué hace él con esta prodigiosa experiencia acumulada? Sabe que tiene allí un material literario extraordinario y ¿qué hace con él?Terminará por salir, por supuesto. Más rápido, incluso, de lo que se imagina. Pero...Golpean a la puerta. Es el café. Hace como si fuera a abrir, luego cambia de opinión con un ademán: ¿Dónde tengo la cabeza? ­Siempre me olvido de estos guardaespaldas!.El único interrogante es la forma, continúa. ¿Una autobiografía? ¿Un diario? ¿Una obra de imaginación? Hasta ahora no sentí la tentación de la autobiografía. Pero hoy, ya no lo sé. Porque lo que me sucede es tan extraordinario, tan único, que tal vez lo mejor sería poner las cosas en papel. No lo sé. El tono, esta vez, me sorprende. Este matiz de autosatisfacción, casi de orgullo, que no le conocía.Orgullo no es la palabra. Pero es cierto que pocos escritores se encontraron en el centro de un acontecimiento histórico mundial de esta envergadura. Este tipo de hechos sorprendentes nunca están vinculados con un escritor. Tienen que ver con grupos, con pueblos, con grandes masas. Pero la mecánica se invirtió. Toda la pirámide del mundo descansa sobre la punta de un solo hombre. ­Qué posición extraordinaria! En un sentido, qué privilegio.Insisto. ¿Sigue, como los primeros años, viviendo todo esto como un drama, una catástrofe absoluta? ¿O una parte de sí mismo se satisface, se honra, incluso, con este privilegio, elección negra, palma del mártir y del blasfemo? Oh, el privilegio... Renunciaría con todo gusto al privilegio... Eligió, para decirlo, un tono muy Woody Allen -quejumbroso, falsamente modesto. Me gustaba mucho mi vida de antes. No la habría cambiado por nada del mundo. Pero bueno. ¿Qué puedo hacer? Cuando el destino nos atrapa, cuando uno se convierte en la presa de la historia, cuando experimenta en carne propia esta experiencia del exilio interior, de la precariedad absoluta, que es la experiencia fundamental del siglo XX, no puede hacer como si nada hubiera pasado. Hay que asumir lo que sucede. Sin convertirse, por supuesto, en el rehén de su propia suerte. Otra pregunta entonces: ¿cree que alguna vez volverá a ser un escritor como cualquier otro? ¿O está condenado, hasta el fin, a esta condición de escritor de los limbos, dirección desconocida, niños sin rostro, etcétera? Reflexiona. Duda. El aspecto policial puede arreglarse. Ya está arreglado. No hay razón, entonces, para que no siga arreglándose. Tal vez pueda, algún día, viajar normalmente. Tal vez no tenga más a estos guardaespaldas detrás de la puerta. Pero volver al punto de partida, no, es imposible. Es mi vida, ahora. Es mi destino.Una pregunta más -otra manera, más bien, de formular la misma pregunta-: ¿siempre se lo lee como un escritor? Si escribiera un mal libro, por ejemplo, ¿la gente se atrevería a decírselo?Quédese tranquilo. Es lo que esperan. Los veía venir en el momento de la última novela, El último suspiro del moro. Soñaban con poder decir: Ya está. El pobre Rushdie está terminado, los ayatollahs consiguieron su pellejo. Mala suerte, el libro era bueno... Una sonrisa canalla: Qué buena jugada les hice. Por un instante, imagino al Salman de antes: bromista, chistoso, quizás un poco pícaro. Pero se pone de pie. Hace un pequeño gesto: Vamos, todo eso no tiene importancia. Y, abruptamente, pregunta: ¿Vio la exposición de Cartier-Bresson? No, no la vi. Ahí mismo partimos del brazo, seguidos por los guardaespaldas atónitos, camino a la Portait Gallery que expone, en efecto, una serie de retratos de escritores de Henri Cartier-Bresson. Muchas veces vi a Salman Rushdie. Lo vi en Londres, en París, en Helsinki, nuevamente en París. Nos encontramos en restaurantes, en casa de amigos en común, en coloquios. Pero es la primera vez que me encuentro con él así, en la calle, sin ningún dispositivo de seguridad especial -un escritor normal que pasea casi normalmente con un viejo camarada al que lleva a ver una exposición-. Y bien, dos informaciones. La primera: parece habituado a esto; este proscripto, este condenado, este hombre que uno imagina encerrado en su prisión sin muros, se pasea, como un hombre aparentemente libre, por las calles de Londres, de noche. Y la segunda: todo el mundo, obviamente, lo reconoce; es tan popular aquí como Paul McCartney o el príncipe Carlos; pero la gente, al pasar, hace como si no existiera; ven a uno de los hombres más amenazados del mundo, se cruzan e identifican una presa cuya cabeza vale dos millones y medio de dólares, y todo transcurre como si sólo tuvieran una idea, un reflejo: dejarlo en paz.Pienso en el despliegue de seguridad que acompaña cada una de sus visitas a París: policías, autos blindados, francotiradores en los techos.Pienso en la historia tan extraña y tan terrible de aquel vuelo Air Inter de Estrasburgo a París: todo el mundo embarcado; el gran avión, en medio de la pista, de noche, con los motores en marcha, se cansa de esperar a su misterioso último pasajero; y entonces aparece él, finalmente, al cabo de una hora, en un caos de sirenas y gendarmes al pie de la escalinata -la tensión es tan fuerte que una señora mayor, cuando lo ve aparecer en la trompa del aparato, exclama un grito, se desvanece y debe ser evacuada de urgencia.Pienso en nuestra visita a Douste-Blazy, entonces ministro de Cultura: no tenía nada que pedirle, ese día, ni gesto político especial ni toma de posición pública; quería simplemente una visa que le permitiera pasar sus vacaciones en Francia, unas vacaciones de verdad, sin entrevistas, sin ese circo mediático que lo convierte en bestia de feria tanto como en escritor; sólo quería el derecho de venir a caminar por París como lo hace en Londres, esa noche, conmigo.-¿Alguna vez se disfraza?-Jamás.-¿Un gorro, anteojos de sol?-Cuando hay sol me pongo anteojos de sol.-¿Qué es? ¿Orgullo?-No. Eficacia. Ese tipo de cosas no sirve. La gente dice: ¿Quién es este tipo disfrazado, qué esconde?. Y eso llama más la atención.Intento hacerlo hablar de su existencia cotidiana. Su mujer, a quien conocí en Helsinki. Su casa, suerte de jaula de seguridad cuya dirección sólo conoce Scotland Yard. -¿Cómo es posible? ¿No tiene vecinos?- Su primer hijo: era un niño cuando nos conocimos. -¿Es cierto que, ahora, es un adolescente que cursa sus estudios en una universidad lejana?-. Hablamos de él, Salman, de las cosas de su vida y de cómo estos nueve años de ocultamiento cambiaron su carácter; una paciencia, una indulgencia que no tenía; también se ríe menos; sí, ése es el principal cambio; siempre tuvo, por supuesto, sus compañeros de risa: Martin Amis, otros; pero son cada vez más los momentos en que se siente triste, melancólico.Va menos al cine, es cierto: pero es como les sucede a todos los padres de familia cuando hay un bebé recién nacido.-¿Cómo se llama?-Milan.-¿Por...?Sonrisa falsamente ingenua. Yo sé que hay una palabra en la punta de su lengua, pero él la retiene.Me gusta mucho Milan Kundera. Pero Milan también quiere decir, en hindi, mestizo. Y así es. Una mamá inglesa. Un papá que viene de la India y que sólo se ocupa del mestizaje. Es un homenaje a este mestizaje indio, que tanto amé... Malestar. Silencio. Sólo el ruido que hacen nuestras pisadas en el pavimento de Kensington Street. Una pareja de excéntricos -él, con el pelo color malva; ella, con anillos en la nariz y el labio- le dirige una mirada sostenida: pero tal vez lo ven como a uno de ellos, otro excéntrico inglés.Esta melancolía nueva... No es solamente la fatwa. También es la India. La pérdida de la India. El hecho de saber, de repente, que no volveré nunca. Es el tema, en un sentido, del libro en el que trabajo. Al escribir este libro, tengo la sensación casi física de que mi estilo, mi arte, están abandonando la India.Llegamos a la altura de Picadilly. Se acerca otro transeúnte. Imperceptible movimiento de los guardaespaldas. El, nada. Siempre está esta sangre fría del tipo que sabe que la muerte puede atraparlo allí mismo, no importa dónde, en cualquier instante. ¿Usted es Salman Rushdie?Espero que sí... Hago todo lo posible... El transeúnte se ríe. Salman se ríe. Los dos policías se distienden.Ocúpense bien de él, dice el hombre al alejarse.Y Salman: Me alegra que vea esto. Por un lado, está el establishment que me detesta. Están todos estos tarados que piensan que me hice propaganda con la fatwa. Pero también está la gente que siempre fue formidable conmigo.Estamos en la Portrait Gallery. La señora de la boletería hace como si no lo reconociera. Un tipo saca una máquina de fotos, pero no, cambia de opinión y finge interesarse en el precio del catálogo. Y allí está Salman, muy feliz, muy jovial, pasando de un retrato al otro, como si recorriera un álbum familiar: Beckett; Truman Capote, detrás de un follaje; Jean Renoir; Sontag y Pinter, sus amigos; Le Carré, su enemigo... Por cierto, ¿qué pasó exactamente con Le Carré?Nada importante. En el momento de la fatwa él había escrito un artículo que me quedó atravesado en la garganta. Ahora sucede que, nueve años después, lo acusan de antisemitismo por no sé qué libro. Me parece un ataque muy injusto y entonces escribo un texto breve para decir que tal vez ahora el señor Le Carré comprende mejor qué significa ser atacado por los intolerantes. El lo toma a mal. Me responde. Yo le respondo. Y eso es todo.¿Es su primera polémica literaria desde la fatwa?Sí. Y me hizo bien. Estaba harto. Desde hace nueve años me dejaba injuriar en nombre de la libertad de expresión y entonces dije basta. Se dirige hacia un retrato de Carson McCullers.En la otra sala hay un retrato de Aragon que quiere mostrarme: soberbio, en efecto, con el rostro agudo, una luz fría en la mirada.El establishment, una vez más: ¿recuerda, le digo, ese almuerzo en la Embajada de Inglaterra en París, cuando el príncipe Carlos me dijo que usted le costaba demasiado caro a Inglaterra?Claro que lo recuerdo. Un amigo mío me había comentado: Tal vez cueste caro proteger a Salman Rushdie, pero cuesta mucho más proteger al príncipe Carlos que no publicó, que yo sepa, nada interesante. Los periodistas me llaman. Me obligan a reaccionar. Y como les doy motivos, evidentemente, todos esos periódicos sucios -acostumbrados a dedicar páginas y páginas a las relaciones de Carlos con Camilla Parker Bowles- se me tiran encima: El malvado. El traidor. Miren cómo trata a su futuro rey. Siempre la misma historia. Toda Inglaterra tiene derecho a hacer bromas sobre Carlos y Camilla y yo no tengo derecho a decir que él no es un escritor...¿Tuvo algún encuentro con Carlos? ¿Se conocen un poco o esta antipatía surge de la nada?Sí, me responde. Estaban en Cambridge en el mismo momento. Se cruzaban en los pasillos del teatro. Y ya no se tenían, es lo menos que puede decirse, mucha simpatía. ¿Y Diana? ¿Conoció a Diana? Aquí, en cambio, se le ilumina la mirada. Era justo antes de la fatwa. Le habían ofrecido, para su cumpleaños, buenas ubicaciones en Covent Garden. Se sentó. Y entonces se acerca, al lugar de al lado, una persona bella -en realidad, bella no es la palabra- digamos una de las mujeres más elegantes, más deslumbrantes, que jamás hubiera conocido: se reconocieron, ella probablemente no había leído sus libros pero tuvo la cortesía de actuar como si los hubiera leído. Buenas noches. Buenas noches. Intercambio de palabras. Telón.¿Su muerte, entonces? ¿Lo conmovió su muerte? Sí, terriblemente. Estaba en los Estados Unidos cuando sucedió. Pero una de las últimas cosas que hizo, a su regreso, dos días después, fue precipitarse a Kensington Palace.¿Kensington Palace?Sí. Con la gente. Quería estar allí, en el medio de la gente. Es como las exequias... ¿Las vio por televisión? El cortejo. La multitud, enorme y acongojada. El silencio absoluto en las calles, salvo el ruido, muy bello, de los caballos que llevan el ataúd. Y luego, al llegar a Westminster, ese aplauso que emana de la multitud y penetra en la abadía...Se acerca a un retrato, muy posado, de Faulkner. Da un paso atrás. Vuelve a acercarse.­Qué pena que nunca haya fotografiado a Hemingway! ¿Se puede amar a Faulkner y a Hemingway a la vez? Morir, bajo un túnel, por no querer que le saquen fotos, qué historia, qué historia.Luego, volviendo a Faulkner y a un retrato en situación, demasiado solemne, de Balthus:La pregunta sigue siendo: ¿por qué su muerte nos tiene a esta altura tan impresionados? Porque no tenía ningún sentido y porque cada uno pudo adjudicarle el sentido que deseaba. Imagínese que se hubiera muerto por una mina antipersonal. Era una muerte precisa. Con un significado preciso. Y bien, la emoción habría sido menor. Mientras que allí se trata de una muerte vacía, por lo tanto llena de sentidos contradictorios.Allí, es el Salman intello quien predomina. Es el lector, posmoderno, de Lyotard y Baudrillard. Pero recuerdo que hay otro Salman que, el 3 de setiembre, fue a pasar dos horas junto a la multitud de británicos que lloraban la muerte de la princesa.Otra vez en la calle. Es de noche. Se levantó un viento ligero y caminamos con más prisa. La Queens Gallery. Albemarle Street, donde me muestra la agencia de publicidad donde trabajó hace treinta años. El Club Atheneum donde Angus Wilson lo invitó una noche y del cual sólo tiene un recuerdo: No había mujeres. Ama a Londres, decididamente. Ama caminar por Londres.Hablamos de la muerte. Piensa en ella, por supuesto. La espera. Pero como todo el mundo. No más que todo el mundo. Tiene tantos amigos, me dice, que se murieron jóvenes. Tantos viejos compinches que se murieron a nuestra edad, al borde de los cincuenta: sida, cáncer, crisis cardíaca.Hablamos de Bosnia. Nuestro proyecto de viaje a Bosnia, en 1994, en plena guerra. ¿Le había comentado, en ese momento, el entusiasmo, luego la decepción de los intelectuales de Sarajevo? Hablamos de Argelia. De las masacres. El terror. Todos esos periodistas asesinados.El verdadero problema, dice, es el Islam. ¿Se puede seguir diciendo que el Islam es inocente de lo que pasa en Argelia? ¿No hay, en la estructura misma del Islam, algo que permite que exista Argelia, pero también los talibanes, Sudán, Irán, etcétera? Yo sé que la pregunta es políticamente incorrecta. Pero hay que formularla. Hay que tener el coraje de romper con esta posición falsa entre un Islam real y un Islam puro, ideal. ¿Quién, en el Islam, hace posible que exista Argelia y los talibanes? ¿Quién es responsable, en el Islam ideal, de lo que se hace en su nombre? Esa es la pregunta.Le comento que, mutatis mutandis, es la pregunta que planteamos a propósito del comunismo: ¿pero al cabo de cuánto tiempo? ¿A costas de cuántos debates?Razón de más para que, esta vez, seamos más rápidos. Tomemos el caso de la cultura: es claro que el odio de los islamistas a la cultura no puede estar desconectado de lo que dice el Corán de los poetas. Todos mentirosos, inútiles. ¿Por qué embrutecerse con los poetas cuando se tiene el libro de los libros, es decir el Corán? Tomemos el caso de las mujeres, la manera en que los talibanes las encierran como aves nocturnas: ¿es concebible que esto no tenga vinculación alguna con la letra de un libro que dice (es la cuestión de los versos considerados satánicos) que Dios no puede tener hijas y que la idea misma de una criatura femenina habitada por la presencia divina es una idea sacrílega?El auricular de uno de los guardaespaldas hace un chirrido. Acelera el paso y nos pasa. Tengo la impresión de que evitamos una calle, a la derecha. Salman prosigue.Ahora bien, la otra pregunta, por supuesto, es: ¿El Islam da forzosamente este resultado? ¿No se puede imaginar un Islam corregido, enmendado, un Islam compatible, en una palabra, con los derechos del hombre? A lo que respondo dos cosas. Primero, mi experiencia personal: la de un Islam indio que, por ser minoritario, no tenía nada que ver con el Estado y seguía siendo una cuestión de conciencia. Segundo, la existencia, en épocas remotas, en el siglo XII, de personas que, sin ser liberales, hacían el siguiente razonamiento: Dios, porque es Dios, no tiene nada en común con los humanos; porque no tiene nada en común con los humanos, no está por definición dotado de lenguaje; y al no estar dotado de lenguaje, no puede ser, stricto sensu, autor del Corán; y el Corán, por ende, no es más que la interpretación, en términos humanos, de una inefable Palabra; razonamiento que, observe bien, mina las bases del fundamentalismo y legitima las querellas de interpretación, la glosa, en cierta forma la democracia. Estas corrientes, por supuesto, siempre fueron minoritarias. Pero, en fin, existieron.Percibo, al escucharlo, que finalmente habla menos de política de lo que se dice. Fue un intelectual comprometido. Llegó a ser incluso, en Gran Bretaña, el intelectual comprometido por excelencia. Después de algunos años, ¿no está replegándose sobre sí mismo, sobre la pura literatura?Lo cierto es que tuve, con la fatwa, una sobredosis de política. Ah, muy bien, ¿te gusta la política? Vamos a darte tu cuota de política. El resultado es un cierto hastío. Desde la fatwa, la política me da náuseas.Nuevo chirrido en el auricular de un guardaespaldas. Nueva febrilidad imperceptible. Un rostro que parece más inquietante. Un murmullo, más claro, detrás de nosotros.Hay otra cosa, continúa Salman, que parece no haber visto, no haber escuchado nada. Mi caso se volvió complicado. Antes, todo iba bien. Firmaba la petición. Era un intelectual entre otros que ponía su nombre al servicio de una causa. Hoy tengo mi bagaje. Y debo plantearme la pregunta de si no me volví un obstáculo para la causa que defiendo.Una risa ligera en un zaguán. Una mujer que, a pesar del frío, está acodada en la ventana abierta y lo mira. ¿Acaso me volví paranoico? Nos acercamos al restaurante. Y tengo la sensación de que a los ángeles guardianes no les molesta que la caminata haya llegado a su fin.Un ejemplo. La muerte de Tahar Djaout. Se hizo una película en la BBC. Me pidieron que hiciera la introducción. Escribo un texto bastante claro que no hace concesiones a los islamistas. Y bien, a pesar de eso, y por mi nombre, la Embajada de Argelia protesta ante el gobierno británico. ¿Acaso, en un caso como ése, presto servicio a la causa que pretendo defender, y a la memoria de Tahar Djaout? El B es un restaurante de moda en Londres. Políticos. Comediantes. Mujeres hermosas. Escritores. Hola, hola... Un saludo con la cabeza por aquí... Una apretada de manos por allá... Salman tiene sus hábitos. Tiene su propia mesa, en un ángulo. ¿Refuerzo de policías afuera? ¿Vigilancia secreta en la sala? ¿Se mandó a gente a revisar las cocinas, los lavabos? No lo sé. Tal vez no. Esquiva la pregunta.Puede elegir un melón para comenzar. Pero luego pida pescado. Los pescados de acá son excelentes.No miró la carta. O apenas. Esta manera de estar como en su casa en el B. Esta manera de que lo traten como un habitué... ¿No es otro indicio? ¿Otra prueba de que el cuchillo pierde filo?Aquí festejamos, hace unos meses, mi cumpleaños. Sesenta personas. Sesenta. Y ni una filtración en la prensa antes. Ni un fotógrafo en la entrada ni durante la comida.Un saludo discreto, de lejos, a una extravagante -capa de encaje, sombrero adornado con nardos de color azul pálido.Es un lugar adonde, desde el momento en que aparece algún famoso, acuden todos los paparazzi de la ciudad. Pero ese día había una multitud, pudimos cenar, divertirnos, bailar la mitad de la noche sin que nos molestara nadie.Pienso, y se lo digo, en el tiempo, no tan lejano, en que yo tenía la sensación, desde el momento en que él aparecía en alguna parte, de una suerte de cuenta regresiva monstruosa: entraba en el radar; había, en alguna parte, un radar invisible que, finalmente, lo localizaba; y sólo faltaba, para matarlo, el tiempo material de llegar hasta él; imaginaba ese tiempo; calculaba su autonomía de visibilidad; tenía, todos teníamos, la visión aterradora de los asesinos ya en camino para ejecutarlo...Todo eso cambió, gracias a mis amigos. Son ellos los que, en un caso como ése, hacen lo posible para guardar el secreto...Otro gesto, hacia otra mesa. No sólo conoce a todo el mundo, sino que ve todo, escucha todo: curiosidad insaciable, inteligencia y sensibilidad al acecho -misterio de este hombre acorralado, obligado a movilizar tanta energía al servicio de su propia supervivencia y, sin embargo, con este gusto, este apetito por el otro...Mis amigos, desde hace nueve años, fueron muy atentos, muy gentiles. ¿Qué habría hecho sin ellos? Existe el complot de los asesinos. Y bien, frente a eso, también existe el contracomplot de los amigos que guardan mis secretos y me ayudan a llevar una vida normal.Llegan las entradas. ¿El servicio es particularmente rápido aquí? ¿O es un trato especial, consigna de la seguridad -mi teoría, siempre, de la autonomía de visibilidad limitada?Imaginemos que se encuentra cara a cara con Khatami...Se sobresalta. Sí, supongamos que él estuviera aquí, en mi lugar. ¿Qué le diría? Nada. A un tipo que quiere asesinarme, no tengo otra cosa que decirle más que Deténgase. Un día, tal vez, llegue el tiempo del diálogo. Pero, por el momento, la única palabra que tengo para decirle es Deténgase.Y sigue comiendo, de pronto taciturno, concentrado: ya en Helsinki había observado esta manera un poco aplicada de comer; el costado de disfrute de Rushdie; buen apetito y bon vivant.¿Usted no cree, dicho en otras palabras, que las cosas hayan cambiado en Irán, con las últimas elecciones?Creo que el pueblo cambia, sí. La elección de Khatami significa, en el pueblo, un inmenso deseo de reformas, de cambio. Se sirve un vaso de vino. Pero el propio Khatami... Seamos serios. ¿Acaso lo vio proponer que se levante la fatwa? ¿Lo vio esbozar el menor gesto en mi dirección? ¿Un gesto mínimo?Llega el segundo plato. Hablar de Irán, al parecer, lo hace montar en cólera. Apenas toca el plato.Le pregunto si la postura de Francia -por ende, de Jospin- lo sorprendió.Hace mucho tiempo que nada me sorprende. Conocí personalmente a Jospin, es cierto. Tiene un aire de tipo honesto. Pero bueno, Jospin no es Blair. Blair es extraordinario: recibirme en Downing Street y aceptar, luego, el principio de una conferencia de prensa común con su ministro de Relaciones Exteriores, eso sí que es política de verdad. Jospin es alguien para quien la suerte de un escritor amenazado de muerte no debe interferir con los verdaderos problemas de los negocios mundiales. ¿Por qué no lo dice, en ese caso? Sólo tengo un verdadero reproche para hacerle: no decir que eso es lo que piensa.¿Chirac, entonces? ¿Qué sabe -qué piensa- de la postura de Jacques Chirac? También lo fue a ver, me dice. Era un momento particular en el que, en el recorrido de candidato perfecto a la elección presidencial francesa, el tratamiento del caso Rushdie se había convertido en un must. Chirac fue amable. En ese momento, tuvo una iniciativa que Mitterrand jamás había tenido. Qué decepción, dicho sea de paso, Mitterrand. Qué tristeza. Dios sabe que lo admiraba. Lo veía como un grande, un digno sucesor de De Gaulle. Pues bien, hubo mil mediaciones, mil intervenciones y nunca, nunca aceptó recibirlo. ¿Volver a ver a Chirac, entonces? Está cansado de todo esto. Los europeos son absurdos: con excepción de Blair, tienen ganas de que Irán cambie, entonces dicen: Irán cambió. Eso se llama tomar los deseos como realidades.El tono, en el transcurso de la conversación, se volvió triste. Casi amargo. Intento decirle que, de todos modos, hay en Irán signos de deshielo cultural. Me lanza una mirada consternada -del tipo ¿Usted cree verdaderamente en esa estupidez?. Le hablo de las películas que se están filmando actualmente en Teherán.Las películas, de acuerdo. ¿Pero las novelas? ¿Sabe cuántas novelas pasaron el filtro de la censura en el año anterior a las elecciones? Ninguna.Le pregunto si vio, al menos, El sabor de la cereza.No, por supuesto que no. Esas lindas películas tranquilas, directamente salidas del infierno, pero estéticas, ignoran completamente el problema.Y como insisto, tiene un primer gesto de impaciencia.Es el problema de la censura. Veo bien que haya cineastas que quieran trabajar a cualquier precio y que estén dispuestos, para eso, a no abordar los temas prohibidos. Lo que digo es que no son las películas sobre Irán que tengo ganas de ver hoy.Ahora se calla. Tiene la sensación, tal vez, de haber dicho demasiado y se calla. Fin de cena sombrío. El paso extrañamente pesado, casi torpe, para atravesar la sala hacia el guardarropa. Los ojos a medio cerrar, un poco ausentes, en el momento del adiós en la vereda. Se da vuelta una última vez. Una sonrisa dulce, pero triste. Un gesto amable, curiosamente desalentado.El auto arranca. Se eclipsa. Y así regresamos: yo, a la categoría de los vivos íntegros, realmente libres para ir, venir, escribir; él, a esa noche pálida en la que yo ya no sé si es invisible o visible, espectro o ser de carne y hueso, siempre recluido o realmente victorioso. Intento imaginar, una vez más, el estado actual de su espíritu. Me pregunto si su alegría no era una trampa, una elegancia, un desafío más, y si yo no creí demasiado rápido en esta desenvoltura recuperada. Mártir u hombre libre, ¿cómo saberlo? ¿Cómo medir la soledad de Salman Rushdie?
 
Traducción de Claudia Martínez. (c) Le Monde y Clarín, 1998.
 

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